

Mi madre encontró al pobre sacerdote |
||
Marilena Guglielmi
Prefacio
¿Es posible encontrar a un hombre que murió hace muchos años? Marilena nos dice que sí, más aún, que es posible permanecer invadidos por su amor hasta quedar prendidos, asombrados, tocados para siempre. ¿Cómo se entra en esa dimensión? Con una apertura importante: considerar el Cielo como parte de nuestra vida, para llegar a comprender que la Tierra y el Cielo son tan cercanos como para tocarse e intercambiarse.
Es descubrir la capacidad de ver el espacio infinito de nuestra vida y acoger, juntamente, lo infinito que entra en ella.
Ahora bien, cuando el Señor pasa, y para siempre, estos ojos nos permiten verlo. Es una luz que el Señor regala a todos, a nosotros nos toca la responsabilidad y la libertad de acogerla.
Es la narración de un sorprendente y humilde encuentro que marca para siempre a los protagonistas, que se suceden a título diverso.
En la delicada narración de las dos intervenciones milagrosas, tan distintas entre ellas, pero extrañamente unidas por una red de personas del mismo ambiente, de la misma ciudad, se percibe el estupor frente a lo que evidentemente va más allá de la razón hasta llegar al abandono y a la confidencia con un sacerdote, un humilde sacerdote, testigo del amor de Dios.
“El amor de Dios” del sacerdote san Agustín Roscelli parece gritar que sólo Dios sabe de qué modo pretende encontrarnos, a veces nos espera justamente en aquel vacío que tanto nos hace sufrir, o en la desolación de una vida difícil, y a veces, desperdiciada.
Es un amor que pone en marcha, da alas de esperanza, respiro a la existencia; nada es como antes para quien lo ha experimentado: un sol ha surgido en su persona.
Una experiencia, que con trazos leves, pero en realidad de peso, como pueden ser los vividos dramáticamente en contacto con el sufrimiento y los pronósticos más nefastos, es un don para todos y auguro que lo mismo sea para cuantos tendrán la fortuna de leer estas páginas.
A diez años de la canonización de san Agustín Roscelli.
Génova, 15 de octubre de 2011
Madre M. Rosangela Sala
Superiora General
Prólogo
Habitaba en Francia, lejos de los míos.
Cada día nos hablábamos por teléfono y nos contábamos nuestras jornadas. Pagábamos, cada dos meses, boletas incandescentes.
Luego, como manchas de sangre sobre un tejido, en los discursos comparecían eventos sobrenaturales.
Mi madre hablaba de ellos sin cuidado, mezclando lo sucedido con cosas más terrestres: trabajo y sobrinos, jardinería e informática.
Mi padre parecía ocupado en un deber sagrado, y seguro, desde el principio, de cómo habrían ido las cosas.
Mi hermana, sin tolerar todo lo que huele a sobrenatural, estaba todavía insegura de cómo reaccionar.
Les estoy hablando de tres personas queridas para mí, que tienen otro lado en común: una total honestidad.
Recuerdo haber creído todo lo que decían, sin dudarlo ni repensarlo.
Y todos nosotros sabemos las consecuencias que puede tener un hecho narrado por testigos oculares, dignos de fe… ¡Piensen solamente cuánto cambió el mundo aquella narración que se remonta a dos mil años atrás!
Fue así que los míos me hablaron de las curaciones milagrosas a las que habían asistido, y en mí nació el deseo de escribir lo sucedido.
De retorno a Italia, contacté a los protagonistas.
Hablé con la hermana María Matilde Dell’Amore, todavía maravillada y un poco contrariada de encontrarse en el centro de un evento portentoso.
Hablé con Salvador Casciaro, favorecido con el milagro, en plena confusión, tan turbado como para esconderse en los paños de simple espectador.
Al tercer protagonista de esta historia, Agustín Roscelli, no podía contactarlo tan fácilmente, porque había muerto hace casi cien años. Pero estaba quien lo había encontrado recientemente.
Mi madre lo había encontrado.
Matilde lo había encontrado más veces en su camino.
Algún año después, había estado el turno de Salvador… Y así, a continuación, le había sucedido a sus amigos, familiares, consorte, colegas y médicos que lo curaron.
Cada uno de ellos había superado, sin siquiera darse cuenta, la distancia temporal, aparentemente insuperable, que lo separaba de la vida terrena de don Roscelli.
Luego, a fuerza de hablar con los testigos, a fuerza de leer páginas y páginas sobre su vida, a fuerza de buscarlo…
Al fin, yo también lo encontré.
Por él, por todos ellos, por todos vosotros… quiero narrar esta historia humana.
No pretendo explicar aquello que resulta inexplicable.
Sólo quiero deciros lo que se.
Primera parte – Junio 1974
1.
Ni de día ni de noche
Mañana de verano.
En teoría el cielo está azul, resplandece el sol y hace calor.
En la práctica, mi madre, radióloga, trabaja en los subsuelos del Séptimo Pabellón, en el Hospital San Martín.
Allí, todas las horas del día son iguales, y así todos los días del año.
La luz del sol no llega jamás, y a menudo, en el curso de una jornada de trabajo, Marisa llega hasta a olvidarse si afuera es invierno o verano.
Llega a tener frío en pleno agosto: los pies helados, la punta de la nariz congelada.
Ha bebido un café con leche con mi padre, en casa, antes de partir, y un café del distribuidor automático, aquí en el corredor.
Es prontísimo: la hora de los exámenes más urgentes, como los que preceden a una intervención quirúrgica.
Mi madre se dirige hacia la sala de espera, para encontrar al primer “caso” de la jornada.
2.
Pensamientos de una educadora
“La espera es siempre enervante. Todos nosotros, en el fondo del corazón, pensamos que somos invulnerables, y que la enfermedad y la muerte se refieren solamente a los otros. Por eso, cuando te encuentras sentada en una de estas salas de espera, el mundo se te da vuelta. Todos los proyectos son puestos en discusión. Falta menos de un mes para el examen de madurez. ¿Estaré todavía? ¿Estaré… enferma, convaleciente, curada? Los jóvenes… Ellos cuentan conmigo ¿Y ahora? Señor, ¡haz que no sea grave! Me he empeñado mucho con ellos. Es difícil hacer amar una materia como la filosofía, con todo, lo he logrado. Los jóvenes tienen sed de absoluto. Tienen necesidad de respirar algo puro en este mundo que los sofoca en su materialismo. El hombre no vive sólo de pan… He aquí, me llaman, ha llegado mi turno”.
3.
La hora de las palabras
Mi madre dialoga siempre con los pacientes antes del examen. Otros radiólogos esquivan esta incumbencia: su relación inicia y termina con la radiografía. Son llamados, irónicamente, placólogos…
Ella, en cambio, debe ver el rostro de sus enfermos, escuchar su voz. ¿Curiosidad? ¿Escrúpulo?
La han criticado ásperamente por esta costumbre suya.
“Doctora, usted, en casa, tiene cuatro hijos… ¡Cuatro jovencitos! ¿Cómo puede hablar a los enfermos, a pocos centímetros de distancia, sin tomar precauciones?”
Los pacientes del departamento son casi todos tísicos, y se sabe, basta una gota de saliva…
Durante algún tiempo, Marisa ha intentado tener los enfermos a distancia, hablándoles sin mirarlos, para evitar contagios por vía respiratoria.
Bien pronto se avergonzó de ello.
¿Cómo hacía para comportarse como si no estuviesen presentes?
Eran enfermos, pero vivos.
No podía tratarlos como si estuviesen muertos.
4.
El encuentro
Mi madre recuerda aquella mañana de modo nítido, pero breve: como si el encuentro hubiese durado unos pocos instantes, un flash.
En la semioscuridad de su estudio entrevé a su paciente en espera: una figura alta, vestida de negro y el brillo de su mirada vivaz.
-Cuénteme todo.-
-Ayer he tragado inadvertidamente un alfiler.-
-¿Tiene una idea de qué dimensiones? -
-Pues… Cinco centímetros, tal vez.-
-Santo Cielo, ¿cómo sucedió? -
-Lo tenía en la boca, estaba por utilizarlo.-
-¿Usted es modista? –
-No, enseño filosofía. Bromeaba con una colega, mientras buscaba fijarme el velo sobre la cabeza. Reímos, y el alfiler me desapareció de los labios. Advertí algo. Como una pluma que pasaba por la garganta, sin dolor.-
-¿Y luego? –
-Seguía creyendo que se me había caído. Lo busqué por tierra; inútilmente.-
5.
La imagen
-¿Ve aquí? Los pulmones son estos dos triángulos.-
Marisa fija la mirada en el negatoscopio; una tabla luminosa, grande como una pared, sobre la cual se fijan las radiografías para analizarlas.
También la paciente mira hacia la placa.
La forma del alfiler, clara, resalta en la base del pulmón izquierdo.
Mi madre se muerde el labio.
Los bronquios no tienen forma rectilínea, sino que son retorcidos, como las ramas de un árbol.
Y el alfiler, tan largo… ¿Cómo es posible sacarlo, sin una intervención quirúrgica?
La punta está vuelta hacia lo alto. Impedirá al cuerpo extraño moverse, avanzar: puede girarse, perforar los tejidos… Está en la posición menos favorable para una salida espontánea.
La doctora calla.
El alfiler, en el aparato respiratorio, puede provocar en breve tiempo una inflamación en el pulmón, y es sólo una de las tantas hipótesis en examen; puede también suceder peor. No se lo puede dejar allí.
Si el cuerpo extraño no sale por sí (y mi madre no ve cómo podría salir) será necesaria una toraxotomía. En otras palabras, deberán abrir el tórax para descubrir el bronquio y llegar al cuerpo extraño.
Se vuelve hacia la paciente.
-¿Cuántos años tiene? –
-Cincuenta y uno.-
Los ojos de mi madre están habituados a la semioscuridad. En efecto, ahora lo nota, la paciente lleva un velo negro sobre la cabeza: es una hermana
6.
Vigilia
La hermana Matilde, en su lecho del hospital, mira un calendario fijado en el muro.
El tiempo se le escurre de las manos, y el cansancio la abate.
El incidente sucedió el viernes pasado: hoy es domingo. En la tarde han intentado localizar el cuerpo extraño con la broncoscopía, y luego, removerlo con la fibroscopía.
Nada que hacer.
El alfiler parecía haber hecho raíces, cerrado en su nido.
Por eso, mañana a la mañana, lunes, han previsto la intervención quirúrgica.
No le queda más que dejar transcurrir la noche.
Esta noche las hermanas han venido a verla, y la han dejado recordándole que todas juntas rezan por ella.
Antes de dormirse, sus pensamientos vuelan hacia el pasado, y en puntas de pie la acompañan hasta los días de su infancia.
7.
Sueños y recuerdos
Han transcurrido cuarenta años. Ella, niña, está en primer grado. En aquellos tiempos la escuela de las Hermanas de la Inmaculada se halla en la calle Volturno, en un viejo edificio que hoy no existe más.
Hay una gran cruz negra en la cima del primer descanso de la escalera.
Las niñas, subiendo los escalones corriendo, no pueden hacer a menos pasando allí delante, que interrumpir las charlas y las risas, sin saber por qué.
Las más grandes se detienen y tocan el leño áspero, oscuro, haciéndose luego el signo de la cruz.
Matilde aprende a repetir el gesto: una oración para vencer el sentido de turbación que la aferra, viendo esa cruz tétrica, amenazante.
Matilde es vivaz, más aún, muy vivaz. Las hermanas son severas: basta poco, un empujón a una compañera, una respuesta impertinente, y ella se encuentra de la Superiora.
Madre Serafina, con gran sorpresa suya, no se enoja. La toma de la mano, y la lleva consigo a una habitacioncita minúscula, despojada. La hace sentar en el único sillón.
“¡Ponte aquí… Tranquila. Y reza al Fundador!”
“¿Es su habitación?”
“Sí”.
La hermana la deja sola una media horita.
¿Quién será el Fundador, tan gentil que le presta su refugio, cada vez que se mete en un lío?…
¿De qué sirve castigar a una niña tan vivaz? La hermana Serafina merecería un premio por su agudeza psicológica. La habitación del Fundador es un oasis de silencio, un lugar de reflexión, un calmante de gran eficacia.
El Fundador, ingenioso, resuelve todos los problemas. ¡Si esto no es un milagro!
“Madre… ¿Pero dónde está el Fundador? Yo nunca lo encontré…”
“En el Paraíso. De otro modo, ¿de qué serviría rezarle?”
Parece lógico. Si no estuviese allá, ¿cómo podría obrar milagros, grandes o pequeños?
Los años pasan. La niña se vuelve jovencita, la adolescente se hace mujer. Hasta la elección de tomar el velo, durante la guerra.
Matilde se agita bajo las sábanas; luego, serenada, se hunde en un sueño más profundo. La habitación del hospital parece mucho más pequeña: aletean el perfume a cuero del viejo sillón, y el eco de una voz familiar, desaparecida hace años.
“¡Reza al Fundador!”
8.
La hora crucial
Lunes por la mañana.
Matilde vuelve al departamento de radiología.
Es de rutina una placa de tórax, requerida por el anestesista, antes de toda intervención.
El examen es hecho para verificar las condiciones de la paciente; para certificar que no haya complicaciones inflamatorias que pueden contraindicar la operación; para precisar ulteriormente la posición del cuerpo extraño.
Los médicos saben que el cuerpo extraño se halla en un tronco distal, es decir, periférico: lejos de la tráquea, por lo tanto, de la salida.
El examen no es hecho para ver si el alfiler está todavía en el bronquio, porque es claro que no puede moverse, ni mucho menos salir espontáneamente.
9.
Un evento inexplicable
Impresión de ya visto.
Una vez más, el corredor iluminado, y el sentido de ceguera al ingresar a la sala radiológica semioscura.
La hermana, calma, inmóvil, espera.
Mi madre guarda la placa, e inmediatamente sacude la cabeza.
-Hay un error.-
A veces sucede. Debe tratarse de un cambio de paciente.
Rápidamente, se repite la radiografía, pero el resultado es el mismo, por más inverosímil que sea.
El alfiler ha desaparecido.
Algún minuto después, hay una pequeña multitud de radiólogos y quirurgos, que se agolpan en torno a la extraña imagen fijada en el negatoscopio.
10.
¿Dónde?
Los médicos, aunque están habituados a obrar con prontitud frente a las situaciones más inesperadas, necesitan algunos instantes para adaptarse a un evento extraño.
Es hora de hacerse la pregunta sucesiva: ¿dónde terminó el cuerpo extraño? ¿Desaparecido en la nada, volatilizado? Pasado el choc, una placa sucesiva lo encontrará… en el intestino.
Estupor general.
¿Es posible que un alfiler haga un juego de prestidigitación tal, y que pase, en el curso de una noche, de un bronquio al colon?
No es posible.
¿Y entonces?
Las preguntas deberán esperar.
Lo que cuenta es que el alfiler no está más en condiciones de dañar a la paciente. Más tarde podrá expelerlo sin problemas.
Desaparecido el peligro, es hora de dar vuelta la página. Ha sido todo tan rápido: el tiempo de mirar un par de placas; algún instante para digerir el impacto. Pero otros pacientes esperan su turno.
El tiempo no se detiene para nadie. Ni para las preguntas sin respuestas, ni para las reflexiones, ni para el estupor.
11.
Alguno de más allá
Entre tanto se han olvidado de la Hermana Matilde.
Ella permaneció de pie, observando el vaivén de los médicos, escuchando los comentarios, las exclamaciones, como una simple espectadora.
Conmovida, parece la más calma de todos.
Como dirá más tarde, no ha comprendido plenamente la dimensión del evento.
Mi padre, Bruno, también él radiólogo, sale de su estupor y le pide si quiere acostarse.
La Hermana Matilde protesta: está muy bien, no es el caso.
La hermana recuerda, con un poco de ironía, que es más bien mi padre quien parece pálido y turbado. Con la voz que tiembla un poco, se le acerca y le pregunta, bromeando:
-Diga la verdad… ¿Usted tiene algún Santo en el paraíso?
Entonces sí, Matilde se emociona, el corazón le late con agitación. No logra ni siquiera responder.
12.
Pensamientos y palabras
El trabajo urge. ¿Dónde está la Hermana Matilde? ¿Salió? Se presenta ya el caso sucesivo. Parece demasiado complejo. ¿Cómo es posible explicar lo sucedido?... «Hagan entrar al paciente. Faltan los datos… ¡Por favor, pidan la historia clínica!». «Doctora, debe cerrar la ventana, está lloviendo sobre las placas». «Pero, si cierro la ventana, yo no logro respirar. ¿Está el jefe de neumonología? En este punto es difícil que sea un tumor. ¿Y el alfiler? Esta placa es para rehacer, el paciente ha respirado, ¡no ha quedado en apnea! Qué misterio… «¿Alguno puede atender el teléfono? Yo ahora no puedo». Hagamos una tomografía oblicua sobre el hemitórax izquierdo. Es necesario verificar la permeabilidad de los bronquios. ¿Vamos a tomar un café? ¡No puedo más! «Hagan acostar a este paciente. Mídanle la presión». El alfiler… ¿posible que no exista una explicación? «Pásenme la quirurgia toráxica. Finalmente, ¿dónde está el examen histológico?» Esto llevará a tardar. El alfiler? RX postoperatorio, pulmón en pared, el al…; también de este paciente falta la historia. Traspaso, neumotórax,… Tengo ahora algún examen para informar, y luego habré terminado. Localización segmentaria, escurrimiento. Basta así. Es hora de ir a casa.
13.
El Fundador
Lo llaman el “pobre sacerdote”, porque ha crecido en la pobreza más extrema: de niño lleva a pastorear las ovejas. Aunque luego, en tiempos de hambre como aquellos, rechaza comerlas cuando las ponen en la mesa.
Llega a ser sacerdote en Génova, y continúa viviendo con restricciones, en la elección de los últimos lugares, en la renuncia a todo reconocimiento humano.
Los marginados, los encarcelados, las muchachas madres, los rechazados por la sociedad, los pródigos de este mundo son sus hijos y sus hijas, sus hermanos y sus hermanas.
Es él quien acompaña a los condenados a muerte hasta el patíbulo.
Lo llaman “el hombre del silencio”: todo en él tiende a pasar inobservado.
No domina multitudes y no turba las conciencias.
El silencio es su distintivo y el signo inconfundible de su presencia.
El bien realizado por él no hace ruido, hoy, como hace cien años.
Es una semilla que crece en silencio. Dará vida a un árbol que crecerá hasta rozar las nubes.
A un siglo de distancia, este árbol continúa dando sus frutos. Así la semilla no se desperdicia.
Y quien la ha sembrado vive todavía, un siglo después de su muerte.
Matilde lo encuentra en la escuela, de niña; a continuación lo encuentra a las puertas de una intervención quirúrgica que no se hará jamás.
Don Roscelli le regala un milagro gentil, en perfecta consonancia con su personalidad.
No le salva la vida; por cuanto sabemos, la vida de Matilde no estaba en peligro.
Pero la idea de abandonar a sus alumnos, a la hora de los exámenes, era para ella mucho más preocupante que el pensamiento de su propia salud.
Él, el Fundador de la escuela, lo habrá captado al vuelo. Y habrá sonreído, pensando en la traviesa de un tiempo, en espera en la quietud de su habitación.
¿Un milagro silencioso? ¿Un milagro insignificante?
Sin embargo, será reconocido con gran rapidez.
14.
Retorno
La Hermana Matilde, improvisamente dada de alta del hospital, va a casa.
No llama por teléfono ni siquiera para advertir a sus hermanas: tanto es su apuro por retornar a la vida normal.
Pero, psicológicamente no logra recuperarse.
Le parece haber perdido sus propios puntos de referencia y caminar en una neblina densa.
En su vida se ha abierto una brecha de dimensiones ilimitadas.
Ha habido un portentoso cambio de escena:
-Antes, la dramática espera de la intervención, el ansia, el quirurgo, el anestesista, los médicos inquietos…
-Luego, una simple hermana que vuelve a casa en ómnibus.
Suspendido entre el ANTES y el DESPUÉS, hay un pequeño objeto en común.
Un alfiler vagabundo.
Y su viaje en el cuerpo de la Hermana Matilde no es explicable científicamente.
Se trata de un evento sobrenatural.
15.
La hermana del alfiler
Hermana Matilde:
“Se requirieron cinco años para que me decidiese a creer que se trataba de un milagro. Otros lo comprendieron inmediatamente, y me convencieron, día a día, con la fuerza de la gota que horada la piedra…
Yo pensaba en un milagro como algo más dramático: por ejemplo, la salvación de un enfermo en punto de muerte. Me había equivocado. De milagro se trataba, también para mí.
Había una vasta cosecha de gracias obtenidas por intercesión de Don Roscelli, y desde 1932 se recogían estos datos en vista de una posible beatificación.
A partir de 1968 yo me ocupaba de ello. Había habido muchas curaciones, y me parecían más dignas de notarse que lo que me había sucedido a mí.
¡Al comienzo de 1993 se decidió que justo mi caso debía ser llevado a conocimiento de la Iglesia!
Fue una sorpresa bastante desagradable para una persona reservada como yo.
Me avergonzaba hasta de ir a buscar las certificaciones necesarias; pero me hice fuerza. Con gran estupor, descubrí que en el hospital San Martín todos se acordaban de mí.
La frase con la cual me acogieron:
-Ah, ¿usted es la hermana del alfiler? –
Otro hecho curioso: los documentos necesarios fueron hallados inmediatamente, ¡después de un intervalo de tiempo tan largo! Parecía increíble.
Los empleados del archivo estaban seguros que todos los rastros estarían perdidos. Después de diez años los exámenes no se conservan más.
En este caso habían pasado dieciocho años, sin embargo, la documentación íntegra que buscaba estaba todavía en el archivo. ¿Debemos decir que fue una coincidencia?
16.
¿Quién conoce el futuro?
No queráis que mi madre, volviendo a casa, no piense más en lo sucedido.
Cualquier médico aprende pronto a conservar los pensamientos del trabajo y de los afectos en compartimentos estancos, bien separados. Es mejor buscar pasar de lo uno a lo otro sin llevar nada consigo: buscando envolver, todo paso cotidiano, en un útil olvido.
Y así, hela aquí en la mesa con sus cuatro muchachos.
Está Alberto, sentado frente a ella.
Alberto tiene diecinueve años, y es, tal vez, entre sus hijos el que manifiesta la inteligencia más destacada. Frecuenta la universidad de Física, anticipado un año a sus coetáneos.
Enrique, diecisiete años, cabellos rubios y rostro de ángel, es todo otro tipo… Pareciera apreciar mucho más los tableros y el bridge que el estudio.
Estoy también yo, Marilena, mal sentada, con un libro escondido bajo la mesa: adolescente de dieciséis años, todavía en el liceo, con un interés avezado por la literatura.
Mirándonos sentados en torno a sí, los pensamientos de mi madre toman vuelo. ¿Cómo seremos, qué haremos de grandes?
Ella se mordisquea una uña.
Los dos progenitores médicos, muy apasionados con su oficio, ¿ninguno de los hijos seguirá sus huellas?
Se acuerda de Luisa, la pequeña de once años, no está más en la mesa. ¿Cómo es? Está en perenne fuga del alimento, y también ahora su puesto está vacío.
Mi madre se levanta y va a buscarla.
La halla escondida bajo su cama, entre muñecas mutiladas y semidesnudas.
Mi madre recoge la más cercana, curiosa por un escrito minúsculo, en birome roja, en la única pierna que le queda.
-Eritema nudoso – lee en voz alta.
Atónita, busca la mirada de Luisa…
Inútil: ya escapó a esconderse en otro lugar.
Segunda parte - Febrero 1995
1.
Una vocación difícil
Los años vuelan como nubes llevadas por el viento.
Cambian forma, se dividen, crean nuevas imágenes, trazan diseños inéditos.
Los cuatro adolescentes que habéis visto hace poco, ahora son adultos.
¿Y Luisa? Quiero hablaros de ella, porque, aunque sea de modo involuntario se hallará entre los protagonistas de esta narración.
Mi hermana, que tiene cinco años menos que yo, ha dejado hace tiempo de jugar con las muñecas.
Terminado el liceo, ha visitado las secretarías de varias facultades universitarias de Génova, y ha pedido todos los programas.
En la familia, la hemos tomado para la broma:
“¿Es posible que no te interese nada en particular?”
En realidad, alguna cosa había.
En los años del liceo, en el verano, mi hermana sacrificaba tiempo y reposo ocupándose de los chicos de una comunidad, provenientes de familias difíciles (hijos, por ejemplo, de padre encarcelado y madre toxicómana).
Pasaba sus vacaciones en el verde del pinar de Monteleco, jugando con esos adolescentes, hablando con ellos, ahondando en su escalofriante vivencia, distrayéndolos.
(Y ya que había, agarrándose piojos, fiebres, salmonelosis y otras cosas placenteras, acabándose en lugar de descansar.)
Terminaba el verano flaca como un clavo, exhausta… Pero con la satisfacción de haberse hecho útil a alguno.
“Y bien… Me gustaba ocuparme de chicos difíciles. Querría hacer de ello mi trabajo. Tal vez, podría llegar a ser asistente social”.
Mi madre se opuso belicosamente.
“¿Quieres bromear? ¡Con cincuenta y dos sobre sesenta centésimos para el examen de madurez, sería un delito no laurearte! Si quieres ayudar a esos chicos, hazlo al máximo nivel”.
“¿Es decir?”
“Inscríbete en medicina. Después de laurearte, si todavía tienes esa idea, te especializarás en neuropsiquiatría infantil”.
Hoy, Luisa sonríe, repensando esos antiguos proyectos.
Actualmente es médica reumatóloga y se ocupa de … ¡geriatría!
2.
Un recorrido con obstáculos
En el quinto año de medicina, Luisa transcurre seis meses en el hospital Gaslini. Su deseo de ocuparse de los niños va en detrimento.
“No podía soportar ver sus sufrimientos… En particular, no podré olvidar jamás a un niño que conocí en aquel lugar, afectado de espina bífida. Tenía ocho años, y hacía esfuerzos sobrehumanos para caminar con tutores. El médico que lo curaba lo miraba con gran pena, y me decía, aparte: -En todo caso morirá antes de haber cumplido los quince años.- Hoy, si estuviese vivo, aquel niño habría cumplido veinte años”.
Mi hermana es impresionable. Vomita en las autopsias. Languidece hasta asistiendo a una extracción de sangre.
Pero no desiste, y su constancia es premiada.
Todo se aprende, también el coraje.
3.
Lecciones de vida
Concluida la experiencia traumatizante del hospital pediátrico, Luisa inicia el tirocinio del sexto año en el departamento de Medicina Interna.
Aquí encuentra a un médico joven: Salvador Casciaro.
En casa, los míos se acostumbran a oírlo nombrar a menudo.
Casciaro es un entusiasta que ama su trabajo y logra desarrollarlo del mejor modo. Por esto, mi hermana lo estima.
Casciaro se convierte en su mentor y su punto de referencia: le enseña las bases de su oficio ¿Cómo se lee una historia clínica? ¿Cómo se hace una extracción de sangre? ¿Cómo se mide la presión? ¿Cómo se lee un examen histológico?
Su presencia, su ímpetu transforman el trayecto en un universo socialmente vivo, en el cual se entretejen las relaciones entre los enfermos, los médicos, los practicantes.
Nacen amistades entre jóvenes, que comienzan a frecuentarse también fuera de las horas de trabajo.
4.
Metas
Luisa se gradúa.
De mi lejana Francia veo fotos del suceso. Uno de mis dos niños tiene fiebre alta, y no he podido viajar. Ella viste un traje gris verdoso, color de sus ojos, y está radiante.
Pocos meses después se inscribe en el Instituto Buzzone, la escuela de especialización en reumatología. Entre esos muros pronto encontrará a su futuro marido Enrique.
Es un período feliz: ella está en el culmen de su entusiasmo, de su esplendor, de su alegría de vivir. Ha hallado sus verdaderas vocaciones, en el trabajo y en el amor.
Continúa frecuentando los amigos del viejo departamento de Medicina Interna, por lo cual tiene a menudo noticias de Salvador que, a su vez, ha hallado la compañera de su vida.
¿Quién imaginaría que, detrás del ángulo, campea un peligro mortal?
5.
Evento imprevisto
Es una fría noche de febrero.
Salvador en esta época vive con su hermana menor, Rosaria, próxima a laurearse en Medicina, y la compañera Franca, que espera un niño. Es una ubicación provisoria, en un departamento pequeño, desordenado, lleno de libros, que refleja la seriedad de ellos pero también su alegría de vivir. Los dos comprometidos tienen en programa casarse, y han comenzado a restaurar la nueva casa que los acogerá después del gozoso evento.
Son las once pasadas. Rosaria está estudiando frenéticamente. La cosa no es insólita: está buscando “quitarse” los últimos exámenes, antes de la tesis…
De improviso Salvador entra en su habitación. Lamenta dolores al pecho y malestar general.
Son síntomas de un infarto.
Un cuarto de hora después, Rosaria llama a la ambulancia.
Salvador está sufriendo: está pálido y suda frío. Sus condiciones parecen graves. Los socorristas de la ambulancia se dan cuenta: quieren suministrarle oxígeno, pero él lo rechaza.
Rosaria y Franca lo acompañan a los Primeros Auxilios, donde está de turno un colega suyo, que confirma el diagnóstico del infarto.
Salvador es trasladado inmediatamente a cardiología, donde, en la noche, es sometido a una coronografía; Rosaria explica a Franca que se trata de un examen en el cual, mediante la introducción de un medio de contraste, se logra visualizar las coronarias.
El estudio confirma que se trata de un infarto miocárdico. La situación es grave, pero está bajo control. Salvador recibe una primera terapia, con pronto mejoramiento y disminución del dolor.
Las dos jóvenes quedan junto a él hasta las tres de la mañana.
Rosaria busca poner a seguro a Franca, preocupada por su estado de gravidez: están haciendo bien las cosas. Salvador está en buenas manos.
Pero la joven no ha quedado serena como trata de parecer. Por una inquietante coincidencia, en este mismo departamento de cardiología ha estado internado el padre de Rosaria y de Salvador, en 1988, y aquí ha muerto por complicaciones de una intervención de by-pass.
6.
Evolución desfavorable
En la siesta del segundo día de internación, Salvador acusa nuevos dolores al pecho. Se decide recurrir a otra coronografía, para seguir la evolución del infarto. Son las tres de la tarde.
Contemporáneamente, Luisa, mi hermana, llega a conocer que Salvador está internado, y se dirige a visitarlo a la unidad coronaria, en compañía de una colega. Nota una atmósfera embarazosa: las enfermeras no consienten que lo vean. En un primer momento no quieren explicarles el por qué. Luego, la noticia cae como un rayo: Salvador ha entrado repentinamente en coma.
Luisa busca contactar por teléfono a sus parientes, pero no logra hallar a ninguno.
7.
El “evento clave”
“Salvador, ¿cómo te sientes?. ¿Estás suficientemente calmo, el Valium funciona?
“Estoy muy ansioso, el dolor ha vuelto, más fuerte que antes”.
“Por eso estamos aquí. Repitamos la coronografía. Conoces ya el procedimiento: anestesia local inguinal. Esperamos algún instante… Luego insertamos la aguja en la vena femoral superficial; a través de la aguja el catéter que hace de guía al introductor del contraste… Mira en el video. ¿Logras ver el catéter que sube?”
“Sí… Cierto.”
“Aquí está la coronaria principal. Pero nosotros queremos una imagen selectiva y seguimos todavía. Aquí estamos: inyectamos el contraste. ¿Cómo te sientes?”.
“Como antes… No te preocupes…”
“Aquí está la coronaria que nos interesa. La oclusión está aquí. Estamos en las ramas más sutiles, ¿ves?
…
“Salvador, ¿me oyes? Salvador…”
…
“No responde, ha perdido el conocimiento”.
“Los parámetros cardiorrespiratorios…”
“¿Pero qué hay?”
“Fibrilación ventricular…”
“… ¡Estas son convulsiones!”
“Pero, ¿la inyección? ¿Ha habido problemas?”
“Aparentemente, no. Pero se ha sentido mal inmediatamente después…”
“Un embolia, ¿tal vez?
“Un embolia puede ocurrir en un caso sobre mil, pero si ocurre no te pide permiso…”
“El neurólogo ha llegado”.
“¿Qué hacemos, lo llevamos a reanimación?”
“Las pupilas no reaccionan. Las cuatro arti… Ausencia de reflejos. ¡Mi Dios, es un coma profundo… Debemos comprender qué ha sucedido! Debe haber una embolia, una lesión vascular cerebral. Es necesario una TAC, pronto”.
“Está cianótico…”
“Hagan pronto… Se está agravando”.
8.
Pensamientos de un hombre que hunde
Mientras pierde el conocimiento, Salvador tiene un movimiento de enojo: algo ha andado mal. Hombre de ciencia, no cree en el hecho, sino en la responsabilidad individual. ¿De quién es la culpa? Alguno deberá pagarla… No se acuerda de volver en sí. Le viene a la mente el departamento en el que trabaja, los colegas, y luego… Sueña hallarse de recorrida. Uno después del otro, pasa reseña de sus pacientes, se preocupa de sus condiciones, se detiene junto a sus camas, escruta sus rostros sufrientes. En su repentina pérdida de conocimiento, ha olvidado completamente sus propias condiciones, el infarto, el examen en curso. No recuerda otra cosa más que sus enfermos. Ha olvidado el miedo de morir, pero a ellos no, no los ha olvidado ni siquiera mientras se hundía en el coma.
9.
Pensamientos de una hermana
“Salvador, ¡estoy aquí! No me permiten verte… ¿Cómo puede ser? Algo ha cambiado en la atmósfera o en mis percepciones. Franca, en una salita está hablando con un médico. De lejos no oigo sus voces, veo los labios que se mueven. Franca está agitadísima.
Me acerco y escucho las palabras “Edema cerebral”. Tengo un vuelco en el corazón.
Entro con ímpetu y pregunto: “¿Qué está sucediendo?”.
La respuesta del médico me hiela la sangre en las venas.
Te han llevado a la pieza hiperbárica. Entramos, pero yo no atino a mirarte, y pido a Franca que lo haga por mí. Ella no dice nada.
Busco de darle coraje. Ella, más allá de todo, está encinta… Pero tengo la sensación de que es más corajuda que yo.
Te llevan a reanimación. Me escondo en un cuartucho para no verte pasar, inerte, sobre la camilla.
Perdóname, se que no te gustan mis supersticiones, me conoces mejor que todos, eres mi hermano más querido, aunque tienes trece años más que yo. Yo no puedo acercarme, destaparte. Siento que, si te veo mientras estás en coma, podría rendirme, como si aceptase esta realidad intolerable. Se que te parecerá estúpido, pero a mi modo, estoy luchando a tu lado, estoy cerrando el paso a la Muerte.
Perdóname, perdóname, perdóname. Esta suerte de ritual mágico es la única esperanza a la que logro aferrarme”.
10.
Monólogo de una mamá en espera
“No pareces un hombre que duerme, estás demasiado inmóvil. Tu sueño es muy profundo. Pareces un hombre apenas muerto. La vida no te ha abandonado, sin embargo, nadie logra despertarte… ¡Ni siquiera mi voz. ¡Escúchame! Yo te hablo de nuestro futuro. ¡Te hablo de nuestro bebé! ¿Recuerdas? Tú querías saber si era varón o mujer, y yo me rehusé a hacer el examen, no quería saber nada… He sido una estúpida. ¡Mira aquí! He hecho la ecografía hace poco. ¿Me oyes? Mira, te he traído la imagen. Es un varón, ¿me oyes? Se que me oyes. Yo me quedo aquí junto a ti. Quiero cantarte una de nuestras canciones. ¿Querías un varón, no es verdad? Entonces festejemos. Déjame cantar para ti”.
11.
Rosaria se esconde
“Salvador… Estoy siempre yo. Aquí, fuera de la reanimación.
No puedo entrar, no puedo pasarte la noche. Sólo Franca puede estar a tu lado.
Me escondo en un cuartucho donde nadie me ve, y que da al corredor que lleva a la reanimación.
Cada tanto, Antonio, el enfermero amigo tuyo que te asiste, me dice que me vaya a casa, pero yo quedo aquí.
Hoy he hablado con el jefe neurólogo. Ha clasificado tu coma en el tercer nivel de la escala neurológica, el más grave.
Médicos y enfermeras entran y salen. Cuando me ven, asomada en el corredor, me miran con aire de compasión. Parecen pensar:¿Qué haces allí afuera? Vuélvete a tu casa. Total la situación es la que es.”.
12.
El desafío
Es una triste noche de invierno, con un viento gélido que ulula por las calles y entre las frondas de los árboles.
Luisa está en casa. Ha ido al encuentro de Salvador el día anterior. Los médicos le han comunicado el atroz juicio: no hay ninguna esperanza, el paciente está condenado.
Desde ese momento no volvió más al lugar. Se limita a escuchar las noticias infaustas que le llueven encima, de los colegas, amigos, conocidos. Un sentido profundo de impotencia la invade.
Habla largamente por teléfono con Enrique, su novio, también él médico. Al final ella cierra la conversación con esta frase:
“Si los quieres bien, ¡augúrale que muera!”
Son palabras difíciles de aceptar. Y bueno, ella sabe. ¡No ha estudiado todos estos años para poder ignorar la realidad! Si Salvador se despierta, con toda probabilidad estará totalmente paralizado. El cerebro no funcionará más como antes, o de hecho, no funcionará.
Ella circula por la casa, sin encontrar paz.
Mi padre le apoya una mano sobre la espalda.
“También hoy, en el departamento he oído hablar de Casciaro”.
“¿Por quién?”
“Una colega, en radiología. Empeora continuamente”.
Se habla de ello por doquier. El ron-ron de las malas noticias viaja rápido y alcanza a todos.
Luisa se pone la campera, y se dispone a salir. Tiene necesidad de desahogar su ansia caminando, respirando el aire gélido.
En ese momento suena el teléfono junto a la puerta de ingreso. Mi padre responde.
Luisa le pasa al lado, rápido, cerrada en sus pensamientos.
Él pone una mano sobre el teléfono y le susurra:
“¡Es la «hermana del milagro»!”
Luisa tiene un movimiento de impaciencia, y luego se bloquea. He aquí lo que quisiera: un milagro ordenado… Los médicos lo han dicho y repetido: sólo un milagro puede salvarlo. Sólo un milagro… Y entonces, ¿por qué no?
“¡Papá… Dile si puede pedirle otro!”
Luego, literalmente, escapa afuera, convulsionada.
Mi padre, los ojos lúcidos, retoma el habla con la Hermana Matilde. Su hija Luisa con pena ha expresado un pedido importantísimo: que las hermanas recen por la salvación de su amigo y colega que está muriendo.
13.
La oración
Apenas cuelga el teléfono, la Hermana Matilde, sin siquiera retomar aliento, hace otro llamado telefónico. Pocos minutos después, su interlocutora llamará a su vez a dos, tres personas. Y éstas a su vez, levantarán el tubo y marcarán uno o dos números de teléfono. Otras llamadas seguirán, y en breve, serán diez, cien, mil. Es una verdadera y propia reacción en cadena. A lo largo del cable de teléfono pocas noticias esenciales: el nombre de bautismo del enfermo, Salvador; su estado de coma profundo, para el cual los médicos no dan ninguna esperanza de que despierte. Las hermanas no tienen necesidad de otros detalles. Es muy fácil imaginar un hombre al final de la vida, cerrado en un silencio que nada puede romper.
Los grillos de la noche comienzan a cantar su canción. Las hermanas saben cómo se reza con corazón puro, por alguien que no conocen y no conocerán nunca.
Me agrada pensar que aquella noche el globo terrestre, visto por un observador que se halle en el espacio, aparezca punteado de pequeñas luces encendidas en la oscuridad. Son las voces de los grillos del crepúsculo. Son las oraciones por Salvador Casciaro.
14.
Una extraña cronología
En aquellos días está por realizarse un gran evento: la beatificación de Agustín Roscelli, justamente en virtud del “milagro del alfiler”. Se espera sólo el documento oficial, escrito por el Papa; pero ya se tiene la certeza de la victoria.
La proclamación está prevista para dentro de pocos meses.
Y he aquí que, casi intempestivamente, un nuevo requerimiento es presentado al “pobre sacerdote”. Los burócratas de la Iglesia les podrían decir, que en línea de principio, un segundo milagro antes de la beatificación no sería tomado en consideración para una eventual santificación.
¡Pero esos discursos suenan absurdos!
La situación es tal, que ahora, el gozo y la gloria, por legítimos que sean, aparecen intempestivos.
La Plaza de San Pedro esperará, las multitudes exultantes esperarán. Salvador Casciaro yace en su lecho de dolor y en el Centro de Trasplantes esperan el momento oportuno para pedir a sus parientes el consentimiento para la extracción de los órganos.
Nuestros protagonistas están inclinados sobre el lecho de un hombre que se está apagando.
Sólo por casualidad alguien levanta la cabeza, mirando hacia el cielo, y pide la ayuda de Agustín Roscelli.
15.
Corazón puro
Y Dios escucha, detrás de las nubes. Escucha los grillos del crepúsculo…. Escucha la voz baja de Su sacerdote, que en pocos días será elevado a la gloria de los altares, y que a Él dirige siempre su mirada, mansa y buena. Escucha la voz de Luisa, desesperada y cargada de desafío. ¿Qué hace?, según vosotros ¿Acepta el desafío? Yo no creo que sea esto lo que suceda. La desesperación de Luisa grita más fuerte que el desafío.
Yo creo que Dios, como todos los padres, ama de modo particular a los hijos independientes, que no piden nunca nada para sí, que intentan arreglárselas siempre solos, y que cuando llaman, lo hacen únicamente por el placer de escuchar la voz del papá. Así, luego, cuando sucede que piden alguna cosa, el papá se parte en cuatro para contentarlos.
16.
Rosaria cede su puesto
“…Embolias gaseosas que devastan el cerebro…
…Noche día noche día noche…
La herida abierta en esta habitación. La muerte de nuestro padre, jamás olvidada.
Oh, hermanísimo… Me han convencido de ir a casa. Están mamá y María Teresa. Dicen que debo hacerme a un lado: también ellas tienen derecho a estar cerca de ti, del único modo que a nosotros nos es concedido ahora.
Mientras me alejo, nuestra hermana me susurra que debemos empezar a preparar a mamá para lo inevitable.
Ella, fíjate, no se da cuenta de la situación. Y ni siquiera yo, en cuanto a esto. Yo soy médica, y sin embargo, no logro creer que morirás. Yo se y siento que te veré todavía sonreír, hablar conmigo. Debemos esperar”.
17.
Franca llama al sacerdote
“Me veo obrar como si fuese una espectadora, fuera de mi cuerpo. Siento que nuestro bebé es quien me da la fuerza para continuar. Ayer he leído que el nombre Gabriel significa “fuerza de Dios”. Por eso se que al bebé lo llamaremos así.
Me veo llamar por teléfono al sacerdote para que venga a prepararte para el último viaje. ¡Yo no logro creer que partirás! Mientras él se sienta junto a ti y te habla dulcemente, te masajeo los pies.
Luego quedamos solos y por primera vez desde que estamos juntos, me enojo contigo. Alzo la voz. ¿No quieres volver atrás? Propiamente, ¿no quieres? ¡Entonces no creeré más en tus promesas! Has dicho que querías envejecer a mi lado, y en cambio, ¿me dejarás sola? Debes volver, ¿me has oído? Vuelve, te ruego, vuelve… ¡No me cansaré jamás de pedírtelo!
¡Vuelve por mí, vuelve por Gabriel!
¿Qué haremos sin ti?
En un instante el enojo se desvanece. Tomo tu mano y la poso sobre mi vientre. El bebé está muy agitado, no deja ni un instante de patear. Ciertamente, para mí, es extremado. Tal vez esta noche iremos a reposar un poco los dos.
Volvemos a casa, por esta noche. Es tardísimo. He llamado por teléfono a Antonio, el enfermero que te pasa la noche, y le he pedido que te dé un beso de mi parte”.
18.
Coincidencia de eventos
La noche del 9 de febrero la oración tiene inicio. E inmediatamente sucede un hecho simple, silencioso: la fiebre de Salvador desaparece.
Puede parecer una coincidencia; pero este hecho sucede, y de hecho ocurre a menudo en las narraciones de los testigos. El mejoramiento de Salvador Casciaro comienza a manifestarse inmediatamente después del inicio de la novena promovida por las Hermanas de la Inmaculada para pedir su curación.
Se trata de la noche en la cual, por otra misteriosa coincidencia, tanto Franca como Rosaria volvieron a casa para concederse alguna hora de reposo.
Recordamos que, en ese momento, las únicas medicinas que le eran suministradas sirven para evitar convulsiones, movimientos de descerebración: brevemente, sirven para evitar que las condiciones del paciente empeoren.
No se han realizado otras terapias. No está previsto que despierte.
19.
Dos llamados telefónicos
“Esta mañana, mientras estaba en casa, ha llamado por teléfono uno de los médicos que se ocupa de tu caso. Me ha dicho simplemente: «Franca, ¡se ha despertado!»
He corrido hacia ti. Abrías los ojos, cuando el médico te pedía que lo hicieras. Para responder que sí, me has apretado la mano”.
Un sonido prolongado interrumpe el sueño agitado de Rosaria. Ella toma el teléfono.
“María Teresa, ¿qué sucede?”
“Hay un mejoramiento. Salvador reacciona a los estímulos dolorosos”.
20.
A propósito de milagros
“…Un milagro (del latín miraculum= cosa maravillosa, y mirar = maravillarse) es un suceso extraordinario, que sucede más allá de las leyes de la naturaleza, o en el cual las leyes naturales aparecen suspendidas, por una intervención sobrenatural o divina…”
“…En el Evangelio son numerosos los milagros obrados por Jesús: con frecuencia se trata de curaciones de males físicos y espirituales…”
“…La Iglesia católica exige el testimonio de dos eventos milagrosos distintos como presupuesto para la causa de canonización de los santos…”
“…En nuestros días, la indagación que la Iglesia realiza para tener certeza de la verdad de un milagro se basa en un atento análisis, hecho por una comisión médica independiente, que verifica si el caso en examen es o no explicable con los conocimientos médicos modernos…”
“…En caso de respuesta negativa se evalúan las circunstancias del suceso, para ver si son compatibles con una intervención divina: por ejemplo, si en concomitancia con la curación repentina, hubo oraciones para obtener tal gracia…”
“…La misma definición de milagro, como intervención fuera de la naturaleza y sobre todo, no reproducible, se coloca implícitamente más allá de la indagación científica…”
(de Wikipedia, la enciclopedia libre)
21.
Los escalones del despertar
10 de febrero
Las condiciones de Salvador son sustancialmente invariables, salvo que le desapareció la fiebre.
11 de febrero
La historia clínica documenta que “el Paciente responde a órdenes simples y a estímulos dolorosos”.
13 de febrero
A las 7 es anotado: “Continúa el mejoramiento neurológico. Paciente más despierto, a intervalos mantiene espontáneamente los ojos abiertos. Responde a mandatos simples y responde con señas de cabeza también a frases más complejas”. Reaparecen los reflejos en ambas articulaciones inferiores. A la articulación superior izquierda reaparecen los reflejos músculo-tendíneos, pero no la actividad motora.
14 de febrero
“A las 11 el Paciente sale del departamento de Terapia Intensiva y vuelve a entrar en la unidad coronaria. Está todavía con sopor pero responde adecuadamente a los estímulos verbales”.
22.
Las palabras de los protagonistas
Salvador:
“Cuando me desperté del coma, me parecía imposible haber estado tan mal, haber tocado la muerte. Por lo cual estaba en un estado de ánimo de enojo reactivo. No recordaba nada del infarto. No me preguntaba siquiera el por qué de mi hemiplejia, pensaba sólo en cómo recuperarme”.
Rosaria:
“Pocos días después de despertar, mi hermano ya había salido de la reanimación. Para nosotros, sus familiares, ya era fantástico en sí el hecho de que no estuviese más en peligro su vida. De la rehabilitación nos ocuparíamos más tarde. Ahora estábamos sólo en grado de gozar por la desaparición del peligro”.
Franca:
“Aún cuando la recuperación ha sido durísima, todos estábamos maravillados que estuviese presente y lúcido. Se ha despertado completamente paralizado. Luego, en el giro de pocas horas, se mejoró inmediatamente la derecha; la izquierda había quedado muerta. Serían necesarios meses para la recuperación. Pero lo que más me ha impactado de aquellas primeras horas ha sido su plena lucidez, reconquistada sin ningún déficit: a la visita de los colegas médicos respondía con términos técnicos, con exactitud. Desde el punto de vista intelectual, era como si hubiese simplemente despertado del sueño”.
Luisa:
“Cuando fui a su encuentro, la primera vez después de que despertara del coma, Salvador me pareció todavía en pésimas condiciones. Estaba lleno de tubos, vías y monitoreo, no podía ni siquiera hablar. ¡Era poco criterioso pensar que estaba ya mucho mejor que antes! Pero en los días sucesivos el mejoramiento ha sido sin detenerse y siempre más evidente. Baste pensar que pocos meses después, al nacimiento de su hijo, Salvador estaba en pie y asistió al parto. En setiembre estaba presente en mi matrimonio, totalmente curado. Había retomado su trabajo en el hospital: de la parálisis de la izquierda no quedaba más que algún titubeo –que habría desaparecido inmediatamente por completo”.
23.
Las palabras de los testigos
El profesor Juan Regesta, jefe de neurología del hospital San Martín:
“La evolución del caso tan rápidamente favorable, nunca constatada en mi experiencia profesional y ni siquiera en la literatura médica, no resulta explicable, teniendo en cuenta las condiciones clínicas y las alteraciones estructurales de partida”.
El profesor Franco Henriquet, jefe de anestesia y reanimación en el Hospital San Martín, en ese tiempo declaradamente ateo:
“En efecto, al encontrarme con la recuperación de la conciencia he tenido la sensación de que había sucedido algo de milagroso”.
El doctor Andrea Venturini, médico especialista en tisiología y enfermedades del aparato respiratorio:
“Considero que se trata de una curación extraordinaria y sin precedentes”.
Me limito aquí a citar tres testimonios médicos, a causa de la incisividad y la seguridad de sus afirmaciones. Pero habría muchos otros.
24.
Da miedo
De todos los testimonios que he recogido, me ha impactado la escasez de recuerdos de Salvador Casciaro. Y a parte del coma, creo comprender el por qué de su gran vacío de memoria.
Da miedo hablar de la muerte. Da miedo hablar de una enfermedad grave, de un coma considerado irreversible, de los médicos que esperaban el momento oportuno para pedir a tus familiares la extracción de tus órganos, de tu corazón, de tus riñones…
Es como viajar a una tierra ignota, de la cual nunca nadie ha vuelto. Una tierra oscura, iluminada por los relámpagos del dolor; una tierra pérfida, sacudida por los temblores del terror.
Una tierra que yo, que Salvador, que todos nosotros deberemos atravesar antes o después.
Por ello, también las preguntas que llevan a ese lugar nos asustan, y es difícil responder.
25.
¿Por qué?
Pero hay una pregunta que nadie logra hacer callar.
Contra ella, el miedo no puede nada.
Viene a nosotros, traída por voces de millones de seres vivos hace un tiempo, que nos han precedido en la muerte. Viene a nosotros traída por las voces de todos aquellos que han perdido una persona amada.
Es una pregunta sin respuesta: ni para Salvador Casciaro, ni para ningún otro.
¿Por qué?
¿Por qué justamente él ha recibido el milagro? ¿Por qué ese concurso de circunstancias, la llamada telefónica de la Hermana Matilde, la reacción de Luisa? ¿Por qué una oración, que Salvador no hubiera soñado jamás pedir, le ha devuelto la vida?
¿Por qué otros, en cambio, no se han despertado, y han ido a precipitarse hasta el fondo?
26.
Si lo comprendes
Dice San Agustín: “Si comprehendis, non est Deus”. Si lo comprendes, no es Dios.
Dios es incomprensible. Pero este misterio suyo insondable nos circunda, se extiende por doquier, delante de nuestros ojos.
Y nosotros estamos aquí. Para ver. Para reflexionar. Para luchar o para rendirnos. Para pedirles una respuesta, para pedírnosla a nosotros mismos.
¿Con qué criterio, tú, Dios desconocido, eliges los beneficiarios de tus milagros?
¿Cómo saber si en el momento del peligro vendrás a salvarnos o nos dejarás caer?
Un evento como este puede cambiar la vida de quien lo ha presenciado. Algunos de los protagonistas y de los testigos de este suceso han experimentado esta transformación. Otros han dejado que sus vidas continuaran transcurriendo como antes.
A menudo, en nuestra dimensión humana, ni siquiera ver el rostro de Dios puede cambiarnos radicalmente.
Pero ni siquiera esto puede responder a nuestra pregunta.
27.
La santificación
Demos un salto adelante en el tiempo.
Habrá, seis años después, una multitud en torno a San Pedro, y una cálida jornada primaveral, y un agitar pañuelos blancos y azules.
Estarán nuestros protagonistas y nuestros testigos, estrechados en medio de la multitud, en torno al altar, semejantes a sí mismos, pero cambiados para siempre, en lo profundo, por cuanto ha acaecido.
Estarán Salvador y Franca: pero no serán más dos, serán tres. Tendrán consigo al pequeño Gabriel, que llevará al Santo Padre, Juan Pablo II, una cajita de mentitas al licor.
Estará la Hermana Matilde, en procesión en medio del grupo de las hermanas.
Junto a mis padres estaré también yo, con uno de mis niños ahora crecido, un muchacho de quince años, al presente más alto que yo.
Y en esta espléndida celebración de la vida y del misterio que la envuelve, estará el retrato de Agustín Roscelli que domina sobre la plaza, Santo entre los Santos.
28.
Hipótesis
Ni siquiera esta escena que tengo, bien nítida, delante de los ojos, responde a la pregunta quemante: ¿por qué a Salvador Casciaro le fue devuelta la vida?
Una hipótesis sale a menudo al descubierto entre mis pensamientos, y no deja nunca de volver a presentarse, insistente.
No hago más que recordar los sentimientos de preocupación por los otros que han animado a “nuestros” protagonistas en los momentos cruciales…
Todas las veces, la oración ha nacido de un corazón puro y altruista.
Veo a la Hermana Matilde, que en espera de la intervención, piensa en sus alumnos y no en sí misma.
Veo a Salvador, que sobre el borde de la muerte, se preocupa por sus pacientes.
Veo a Luisa que se desespera por Salvador, discípula y amiga desinteresada.
Sus pensamientos, sus oraciones, son como flechas encendidas. Parte una primera oración. Es la voz de Luisa, enojada y tal vez desconfiada, pero sin una pizca de egoísmo. Una primera flecha que parte hacia Dios.
Parte una segunda oración, la de la Hermana Matilde, que da origen a muchas otras voces. Las flechas encendidas ahora son diez, cien, mil. Vuelan altas, desaparecen de nuestra vista. Impactan en la mira, arriba detrás de las nubes, y el Cielo se incendia.
Síntesis Biográfica
El 27 de julio de 1818 Agustín Roscelli nace en Bargone de Casarza Ligure, Diócesis de Chiavari, de Domingo y María Gianelli.
El 30 de agosto del mismo año, en la Iglesia parroquial de San Martín de Tours, son completadas las ceremonias del Bautismo, que ya había recibido en su casa el día de su nacimiento.
El 24 de noviembre de 1833 es confirmado en la Iglesia parroquial de Casarza Ligure.
En 1835 se traslada a Génova para iniciar los estudios preparatorios al Seminario.
El 12 de junio de 1836 recibe en Génova la sagrada Tonsura y las dos primeras Órdenes menores.
En 1838 hace el servicio militar, al fin del cual continúa los estudios.
En octubre de 1843 es inscripto regularmente en el Seminario de calle Puerta de los Arcos en Génova, como alumno externo, residiendo, en calidad de prefecto, en el Colegio de los Jesuitas hasta 1845.
En 1845 recibe la baja militar absoluta “habiendo emprendido la carrera eclesiástica”.
El 2 de marzo le son conferidas las dos últimas Órdenes menores. El 20 de setiembre es ordenado Subdiácono.
El 19 de setiembre de 1846 es ordenado Sacerdote en Génova por S. E. el Cardenal Plácido María Tadini.